viernes, 27 de julio de 2007

De pronto, algo de lo que habitualmente funciona bien, se atranca, interrumpe, enferma o sufre una agresión inesperada, como este ojo mío, esta mañana, que, de súbito, fue como si le entrase una arenilla, polución, alergia, qué sé yo, y se puso a llorar por su cuenta, acabó contagiando al otro a ratos y me tapó su lado de la nariz con mucosidad fluida y abundante. Es como si el mundo alterase el curso de manera inesperada y sorprendente. Me sentí indefenso, vulnerable incapaz de pensar en otra cosa que aquel lagrimeo acompañado de la sensación de que alguien arrastraba la arenilla bajo el párpado. Acontecimientos como éste o como que no llegue la energía eléctrica como ha ocurrido en Barcelona esta vez y hace relativamente poco en Nueva York, nos advierten de lo poco que somos y lo frágil que es el apoyo de nuestro modo de vida al parecer tan logrado, tan de nuestro tiempo de solidez de civilización consolidada y tecnología invulnerable. Nada, una miserable arenilla, un cristal roto abandonado, nos dejan desnudos, inermes, indefensos bajo el sol, que encima estos días anda, donde pega de algunas ciudades andaluzas, por encima de los terroríficos cuarenta grados de temperatura. Vamos como en un barquichuelo velero con las velas desgarradas con la escollera cerca y a sotavento. Merece la pena recordarlo para que incidentes como este mío de la mañana de hoy se reduzcan a su tamaño cuando nos evidencien la punta de los muchos icebergs con que podemos topar cada día. -

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