martes, 17 de julio de 2007

Dime, si comprase,
si fuese capaz de comprar, para una inmensa biblioteca, mayor
que la de Alejandría,
todos los libros del mundo,
¿serían mías todas
las
palabras?

Quedarían,
a pesar de todo
las palabras libres, montaraces,
las que se susurran con amor,
las que se intercambian apenas,
con horror intacto,
incrustado en su vientre de palabras
preñadas de malas intenciones.

Acabo de comprender
que las palabras no están presas en los libros,
duermen,
a todo más, en ellos, que son
como sus posadas,
refugios escondidos
en que las palabras, como los ángeles cuando se disfrazan
de pájaros,
lloran
silencios y fracasos.

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