No podemos salir del todo de transcurrir como somos y es una lástima porque resultaría interesante podernos mirar a las personas en general y a nosotros mismo en particular, cuando hacemos los desesperados esfuerzos con que intentamos salirnos afuera –ese imposible- y lograr en ejercicio activo de un “ismo”, es decir, de una exageración del intento de comprensión de alguna de nuestras facetas, singularmente excitada por cualquier circunstancia imaginable, cuando proyecta el reflejo de la luz que recibe sobre cualquier cuestión. Lo digo al hilo de cierta pintura manierista, que coincide en mi contemplación con una pieza musical. El manierismo, tal y como yo lo entiendo, es la reiteración de un motivo alterando su forma, que, culturalmente superada, en opinión artística del manierista, le produce inquietud en su diálogo visual y necesita romperla, desbordarse atravesándola, quebrantándola, pero de modo que el motivo aún se reconozca. Algo así como la esquina artística de la angustia, o la inquietud, para que la expresión resulte menos inquietante, del agente, cuando se enfrenta con el hecho de que su verdad no es completa, tal como la conservaba, y un nuevo estudio o un cambio de posición o la nueva interpretación de un concepto obliga a reconsiderarlo y mudar su aspecto en el acervo personal.
Todo un proceso que al experimentarlo produce la inquietud de no poder estimar toda su dimensión porque se está dentro de él y no cabe verlo como podría un espectador.
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