Los hombres hemos traído la selva incontrolada de nuestra complejidad a este mundo de la red, por donde circulan ya toda esta pléyade de timadores que impiden fingir un mundo de economía paralela fiable. No se te ocurra comprar ni vender en este mundo porque, indefectiblemente, acabarás trasquilado por un habilidoso falsificador o por un timador de tres al cuarto, que un día u otro se aprovecharán de la certeza de aquella aseveración clásica según la cual aliquando dormitat Homerus. Y si a Homero, que era un genio, le pasaba, qué nos pasará a nosotros, cuando más aprendices de la utilización del cerebro propio y el del ordenador, abierto a todos los vientos de esa caterva de ingeniosos ratones que nos observan y están al acecho de cualquier descuido para quedarse con el santo y la limosna de nuestra ingenuidad.
Cada día me convenzo más de que somos como somos, es decir, impresentables en sociedad, incapaces de respeto al vecino, al contertulio, al contemporáneo, al que viene marcando nuestro mismo paso. Así nos luce el pelo y más tarde o más temprano, aparecen el insulto y sólo un poco más tarde el mamporro como supuestos argumentos válidos para enfrentarse a la sinrazón.
Por un lado, están los que desconfían del comprador y le piden poco menos que la historia de tres o cuatro generaciones, además de todos los números, trampas e identificaciones que otros desconfiados habían acumulado antes en torno al miserable montoncillo de nuestra nómina, por otro, nosotros, indefensos entre tanta ley y tantos como saben tanto acerca de la manera de burlarla para intentar quitarnos el pan, la sal y el asiento a la lumbre.
Entre esto, la pornografía y el cotilleo, caerá, auguro, si Dios no lo remedia y la autoridad competente no se decide a utilizar el mazo cooperador, como se ha ido por la sibila la televisión, enredada entre tetas, culos y las insignificantes, pero magnificadas vicisitudes de una cada vez mayor masa de libertinos insaciablemente hambrientos de primeros planos y bolsas repletas con que seguir despilfarrando hasta el agotamiento humanidad, prestigio y hasta a veces belleza y elegancia.
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