viernes, 20 de julio de 2007

Qué difícil acertar. Los hombres vamos, venimos, nos atamos a la cotidiana manera de hacer y de pronto, un día, abandonamos lo que hacíamos además, como a hurtadillas de la rutina, como compensación. Hay quien opina: no sé hacerlo. Y lo deja. Y era, sin embargo, lo que mejor, a juicio de los demás, hacía. No hacemos bien lo que suponemos, sino lo que sirve o puede que lo que no sirva para nada útil, pero de algún modo mejora el entorno, lo hace más habitable, permite que las viejecitas salgan, a la hora del rosario, por la calle peatonal, pasito a paso, escuchando con visible deleite la música, maltratada por un grupo de vagabundos, inmigrantes, pordioseros orgullosos, que aseguran la cena a base de la generosidad de quienes pasan, como la viejecita camino de su cita con el rosario de la parroquia, para ella, y tal vez para nosotros, tan importante. Escucha esa música porque es la de su juventud, que piensa haber malgastado, pero no. Nada se malgasta. Todo se enhebra de alguna manera en el plan de la creación y cuando pensábamos haber muerto en el vacío, nos recuerda alguien por una palabra que dijimos de paso, sin fijarnos, y alguien halló como si encontrase una flor de luz, un copo de energía o la violeta frágil del consuelo. Vale la pena, sin duda, haber vivido, y seguir …

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