Ayer tarde,
Castilla adelante, sobre la parte alta de los alfileres
que son torres altas de alta tensión,
donde el burujo de mimbre y cañizo,
pese a no ser todavía san Blas,
asomaban los picos de las cigüeñas, señalaban,
engañosos,
erráticos,
puntos cardinales sin ton ni son.
Las primeras cigüeñas,
que antes se acuartelaban en las espadañas
de las viejas iglesias,
de milagro en pie, alabeadas,
a veces mudas, sin campanero ni campanas,
con los ojos vacíos,
tal vez sus lazarillos ellas.
Ahora prefieren el peligro
de vivir sobre la altísima tensión que zumba
bajo la apresurada formalidad del coito anual de cada pareja,
y luego son tres, los picos,
dos que alimentan y otro que se abre
insaciable
sobre la rubia eternidad del trigal.
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