miércoles, 7 de febrero de 2007

Viene con tanta fuerza, la primavera, que además de las cigüeñas que vimos hace unos días acampadas en lo alto de las torres de los tendidos de alta tensión que atraviesan despectivos Castilla-León, ahora, tras de florecer despiadadamente las mimosas, de pronto, esta mañana, han roto a cantar los primeros pájaros de mi ladera del monte, por donde los arces que escoltan la vía del tren de juguete cuyo paso confunde la gente que visita mi casa con un trueno lejano. Demasiado calor para la primera decena de febrerillo a que llaman el loco por sus veleidades. El sol, todavía bajo, además de deslumbrar, ahora calienta el meollo del invierno y no deja que la nieve se endurezca. Me consuela sin embargo que algún que otro personaje de escasa credibilidad haya dado en hablar, ellos también, del cambio climático. Que estos digan que lo hay podría ser el primer síntoma consolador de que podría ser una mentira de la meteorología , una especie de finta, un amago, una mera advertencia. Pero desconfío. Se ha vuelto tan disparatadamente loca tanta gente que recuerdo al chiflado que escuchaba por la radio de su coche que había un loco circulando por la autopista de mayor tráfico del reino por carril equivocado de dirección contraria. ¡Qué loco ni qué puñetas –se dijo- los locos son ellos, que vienen todos circulando en contra!

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