En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
martes, 6 de febrero de 2007
Si a la historia de cada día se le pudiera quitar lo que no es más que rutina, nos quedarían, como huellas de pasos en la arena, los acontecimientos que dan sentido al quehacer cotidiano, las decisiones que hilvanan la conducta en que va a consistir nuestra figura real. ¿O supone cada paso una decisión por lo menos implícita y la tomamos hasta para inhalar o expeler cada bocanada de aire que respiramos? Cabe pensar que todo lo humano es trascendente, todo se incluye en la conducta, de tal modo que se es persona de la mañana a la noche, e incluso, subconscientemente, durante la noche, en cada sueño donde te encuentras con tanta gente imposible o realizas actos tan improbables como volar sobre un tupido bosque, sobre un lago de agua oscura, sobre la playa rubia, con cuidado de no irte mar adentro. Y habrá, digo yo, quien viva cada instante consciente de que vive y quien se deje ir por las horas de manera tan despreocupada que se le pase en un vuelo, haciendo así realidad lo de matar un tiempo que se convierte en irrecuperable, algo así como cuando estás leyendo un libro apasionante y al hilo de la narración se te suscitan consideraciones paralelas que te hacen perder el del relato. Solo que en este caso es posible volver atrás y recuperar el sentido de la narración. En ocasiones, nos enfrasca de tal modo lo que estuvimos haciendo que al salir de ello nos sorprende seguir siendo nosotros como antes y permanecer aquí, en el paisaje habitual. ¿Es eso tiempo ganado o es tiempo perdido? Proust se pasó miles de páginas persiguiendo el tiempo perdido. Al leerlo, nos arrastra a su laberinto en que se complace en extraviarnos una y otra vez, hasta que de pronto la narración acaba, cierras el último tomo y estás de nuevo en la tienda de campaña de tu soledad, bajo el cono de luz que hace la lámpara, apoyado en tu mesa de siempre, cuya madera tiene las mismas marcas de pequeños accidentes tan domésticos como el vertido de uno de aquellos viejos tinteros o la caída de una lámpara, que dejó su melladura. Ahora mismo notas que hace frío, es de noche y tienes, tengo, los ojos ya semiperdidos, semientrados en el primer sueño.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario