En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
jueves, 15 de febrero de 2007
Recobrar la marcha de la realidad cotidiana es mucho más difícil si, nada más volver, has de emprender, como yo, de nuevo un viaje, ahora a la capital de la provincia. Allí, que es aquí, un periodista amigo me pregunta qué opino de los premios de la Fundación Príncipe de Asturias. Y como estoy directamente implicado, le digo que muy bien, que me parecen muy bien, pero eso no le basta, tengo que ser un poco más explícito. Necesita por lo menos una frase. ¿No comprendes –le digo- que nunca se puede ser juez y parte, ni siquiera crítico y parte? No se puede opinar con garantía de un mínimo de imparcialidad respecto de algo en cuya imaginación colaboraste y en cuya ejecución intervienes durante años. Lo intento, sin embargo. Trato de mirar la cosa desde fuera. Mira, acabo por decirle, es algo así como una acreditación de que el hecho diferencial en que consiste la cultura asturiana tiene en su núcleo una fuerza centrífuga. Y por eso el asturiano medio tiende, hasta donde aseveraciones como ésta pueden generalizarse, a la universalidad. Para un asturiano medio, acabo por decirle con sinceridad porque así se me ha ocurrido de improviso que lo pienso, es necesario abrirse al mundo, ser lo más universal posible y abrirse a convivir con cuanta más gente mejor. Espero estar en lo cierto.
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