En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
viernes, 9 de febrero de 2007
Lo que necesitamos aquí -dicen los más jóvenes- son industrias. Ellos lo que quieren es trabajo al lado de casa, con el legítimo deseo de no tener que emigrar a ganarse la vida. Los más viejos, en cambio, opinan que si hubiese cerca industrias aumentaría el número de coches, camiones, maquinaria, ruido, prisa. Ambos grupos tienen razón, pero sus razones son incompatibles. Hay un reto pendiente, que es el de acomodar el medio a la rapidez con que se mueven el ingenio y el genio. Avanzan de tal modo las técnicas, se inventan tantas cosas sólo relativamente útiles que se queda atrás la conformación de la sociedad y la de los pueblos y las ciudades, que, de repente, se advierten estrechas, incómodas. Y sin embargo sales de viaje, atraviesas las desoladas llanuras vacías, sin más que una hilera de coches que va y otra que viene, ambas desaladas, y a ambos lados descubres la inmensa soledad del territorio vacío. Sólo se trabaja, denodadamente cada vez que, como ahora mismo, hay próximos procesos de confrontación electoral, en los cauces, acada vez más anchos y siempre insuficientes, de las carreteras. Un energúmeno me contó este mediodía que había recorrido quinientos kilómetros de la geografía nacional sin bajar de ciento noventa kilómetros por hora. -
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