Toda la carretera es un hormiguero
de hombres uniformemente amarillos,
que se mueven sin parar,
traen y llevan, colocan,
agitan los brazos para que corra el automovilista
o se pare angustiado de desesperación,
mientras el sol, sin el menor reparo
sigue a lo suyo,
toca y enciende cada rincón del paisaje
con su propio color, unas veces,
otras
con sorprendentes colores inéditos,
que asoman apenas por entre el follaje,
parecen imposibles
y sin embargo huelen
también a humedad y leyendas tan viejas
como la tierra misma.
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