domingo, 25 de febrero de 2007

Es muy temprano, apenas me ha dado tiempo de despegar los ojos cuando oigo, jugarretas del viento, ventana mal cerrada, gaviotas madrugadoras, un concierto de graznidos lejanos. Se me ocurre en el entreduermevela, que las gaviotas se asustan, ese mirar agudo que tienen, les permite ver lo que hay debajo de la piel de la mar, que hay tiburones que le muerden a la mar la parte baja de su vientre blanco, color de abismo y profundidades, y por eso graznan de terror. El graznido lejano de las gavitas es música en off de película terrorífica. Me levanto, me hago el distraído, me resisto a reconocer que el perro tiene derecho a su salida matinal y por eso o ruge o llora suavemente, ronda la puerta de la calle, vaiviene desde la puerta hasta mí y viceversa, pone la pata sobre el arcón en que sabe que se guardan su correa y su arnés. ¿Qué más espero que me digo? Ahora mismo acaba de poner las dos patas sobre el arca, levanta mucho la cabezota de cocker americano, la vuelve hacia mí, me mira y emite un ladrido seco, autoritario, exigente. Voy corriendo. Salta a mi alrededor. Allá vamos, graznen o no las gaviotas.

1 comentario:

A N A D O U N I dijo...

Amanecer sobrevolado por gaviotas fue una de las cosas que me hizo sentir más afortunado. Reparé en cuánta suerte he tenido.

Un abrazo amigo.