jueves, 1 de febrero de 2007

Creo que Dios tiene voz,
pero me es imposible imaginarla,
y pienso
que cuando lo empezó todo, dio la ensordecedora orden primera
de la creación, algunos ecos
permanecieron, y ahora son
esos murmullos aparentemente involuntarios de las cosas creadas,
por ejemplo
el que canta el río, adelgazando
sus carnes de agua viva para rozarlas con las piedras del cauce,
el crujido de una vieja madera gastada
en medio de la noche, el ulular
del viento
del Norte.
Hasta donde es posible estarlo, yo,
estoy seguro de que cuando el buen padre Dios
quiere decirme algo,
lo hace por medio de estos ruidos
que impiden que jamás haya un silencio completo,
devastador,
en torno de ningún hombre solo
que no podría soportarlo.
No se puede
imaginar a Dios
ni se puede soportar el silencio.
Escuchas
y oyes el chapoteo delicadísimo
de la mar que besa
la piedra del puerto con recuerdos de lejanos países,
o la brisa mueve la cortina que roza
casi imperceptible
con la gastada madera del alféizar
o, al pasar, un pájaro produce una frase en voz baja
con el follaje intrincado de las madreselvas.
De pronto, esta tarde, Señor, te he entendido,
me dices, repites, insistes,
que nos amas.

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