jueves, 10 de abril de 2008

Cada día me sorprende una vuelta más de la telaraña con que se me protege del mal, prohibiéndome esto o aquello o dificultándomelo por mi bien y el de la sociedad de que formo parte, y si queréis que os diga la verdad, cada día presiento que la sociedad de los considerados como normales, está más desprotegida de los bárbaros, los considerables anormales desde mi subjetivo punto de vista y los menos respetuosos con las reglas del juego social. Ellos nos tienen más normas que las impromulgadas de su estado de contracultura, nosotros jugamos con arreglo a las cada vez más numerosas del estado de derecho y del bienestar para el malo, de que se dice con la boca pequeña al bueno que disfruta. Recuerdo el viejo cuento, la en realidad fábula de aquel abuelo que prohibía a su nieto jugar, pero si lo haces, añadía, ten en cuenta que debes saber ajustarte a las reglas y por si acaso, hacer las mismas trampas que sepan y utilicen tus adversarios porque el juego, como la vida, necesita de la igualdad de oportunidades como última razón de justicia. En un determinado estadio de la evolución del sentido moral, Séneca no admitía ni siquiera el perdón del indulto porque lastimaría una justicia herida por el desequilibrio. Tienen mucho trabajo los filósofos, en este tiempo del regreso, la decepción y el desequilibrio de tantas filosofías desenfocadas por la transgresión del sentido común que debería haber evitado por lo menos muchas de sus distorsiones del bisel de la razón más o menos pura. Hay que volver, creo, a la ingenuidad, tal vez regresar hasta el tiempo de Platon y reemprender la marcha en busca de luz, pero no para el hombre en general, tal vez si buscamos las últimas y primeras respuestas con propósito de generalización estaremos condenados de antemano a regresar al fracaso del escepticismo, porque lo que deben buscarse son respuestas para esta sociedad de hoy, en que se mueve este hombre actual que soy.

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