viernes, 25 de abril de 2008

Leo con estupor que a lo largo de las costas del mundo hay centenares, tal vez miles de piratas –retorno a la adolescencia, Mompracén, los Tigres de la Malasia, Sandokan , Yáñez, Tremal Naik, Kammamuri-, pero éstos se apoderan de la gente y la truecan por papel moneda –el papel moneda y las cuentas de los paraísos se han popularizado, llegan a los ultramodernos piratas del GPS, las armas de repetición, los visores nocturnos, el radar-, lo que queremos –dicen- es money, y se lo darán, a cambio de la vida -¡qué poco han cambiado las cosas!, continúa siendo aquel la bolsa o la vida de los bandoleros que apuntaban desde más allá de la boca inmensa, casi soñolienta, del trabuco o del naranjero de la serranía-, porque puestos en la evidencia, los gobiernos no pueden, no saben, no arriesgan y no permiten que ágiles sombras atraviesen la noche, bajo las aguas, invadan la guarida de los piratas –cuando aquello de los Tigres de Mompracén estábamos del lado de los piratas, al hilo de sus yataganes y de sus kriss malayos, ahora estamos del lado del miedo a que sean ellos los que desembarquen y nos tomen como rehenes y digan que con dinero se arregla todo- Nadie sabe en realidad qué hacer ni cómo hacerlo. Ni a la mar siquiera te puedes echar, solitario, en un velero.

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