Era fea,
sin gracia, pero estaba
llena de amor henchida, desbordante
de un amor sin límites ni sombras, que una noche
se cerró sobre ella,
la ahogó y convirtió en sombra transparente,
neblina del alba,
sonido
del arroyo cuando lo besa el sol
por primera vez
cada mañana.
Nadie lloró, el tiempo
engulló su recuerdo. Sólo el jardín
donde fue niña fea
suspiró un lirio, durante muchos años, cada verano,
en su rincón,
donde lloraba a solas.
Luego quedó el silencio,
pensativo,
como si ella estuviese aún allí,
respirándolo.
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