Cada tarde de domingo
íbamos, en el pueblo, carretera arriba o carretera abajo,
hasta las lunetas donde, jadeando, descansaban los viejos
y los niños emprendíamos la busca del muérdago
para cazar jilgueros,
cada tarde de domingo, cuando no había coches
ni se había producido todavía
la gran riada del tiempo,
que se ha salido, dicen, de todos los cauces del mundo, a la vez,
y ahora no sabe nadie si es cosa
del cambio climático,
pero lo cierto es que no da tiempo a ver
las cosas que pasan, que el agua lleva
con la prisa vertiginosa con que corre a la mar,
sin darse cuenta
de que la mar inmensa
es absolutamente impredecible.
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