A este paso, enloqueceremos, esquizofrénicos, atrapados en la contradicción de que se protejan nuestros datos a la vez que se lleva estrecha cuenta de ellos por cada vez más tentáculos del comercio, la administración y la información. Se nos vigila a través de innumerables ojos y oídos diseminados alrededor nuestro, se nos reduce a códigos de barras, números y sistemas binarios en que un sencillo y simple golpe de tecla nos deja mucho más desnudos que cuando vinimos al mundo ante los atentos ojos de una multitud inquisitorial, que, pura paradoja, se constituye en detentadora de la exclusiva impune de este conocimiento y su manejo.
Conozco personas que darían algo por borrarse del registro civil, no figurar siquiera como nacidas, ser olvidadas del resto y moverse por el mundo como fantasmas de sí mismos, ignorados y sólo visibles por decisión propia y en casos de estricta necesidad, y otras que darían algo por andar por la vida precedidas y seguidas de una banda de gaitas o de cornetas y tambores, heraldos y portadores de insignias y estandartes en que figurase relación de sus distinciones y méritos.
Opino que de nada vale un prolijo sistema de intento de protección de datos, en infinidad de ocasiones obstaculizador de que te encuentre la gente de bien, que es la que ignora los procedimientos subrepticios de obtenerlos, cuando resulta en cambio de sencillez poco menos que infantil que los “malos” te descubran en lo más íntimo de los escondrijos de que disponemos. Como no sea para que en el engranaje legal resulte atrapado algún ingenuo, desconocedor por más señas de los vericuetos legales administrativos, que por descuido deja escapar que otro figura en su elemental fichero de trabajo diario, en que la técnica permite husmear a los más avispados, que ya se cuidarán, ya, de no ser detectados.
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