martes, 15 de abril de 2008

Creo que la expresión “ver con la mente”, sin intervención de otros sentidos, y, desde luego, sin “ver con los ojos”, es de Platón. Con la mente se advierten, aunque inseguros de que existan, las cosas, tal vez sólo conceptos, pero indispensables, más excelsos. Y como ocurre casi siempre, ¿siempre?, que todo ha de estar equilibrado en alguna parte porque un estricto sentido de justicia (¿existencial?) así lo parece exigir por alguna razón que todavía se nos escapa, con la mente se pueden “ver” también las más horripilantes figuras. No sé por qué me hago esta observación y al traslado al acontecer de hoy, que, por el contrario, se ha contraído a la necesidad de hacer reparaciones de este mueble que no asienta bien, la puerta que roza en el suelo, el cielorraso que se ha desmoronado en parte en una habitación con motivo de una fuga de agua antigua. Viene gente que sabe y a mí me maravilla la facilidad con que manejan determinadas herramientas que cada vez que yo intenté manejar ocasionaron pequeñas catástrofes domésticas. Con lo que ahora mismo cada vez me asustan más esos artilugios cada vez más modernos, sofisticados y eficaces, que cuando veo enchufar y que rugen al atacar las paredes y las maderas, pienso lo que podrían hacer en mis inexpertas manos. Y mira que debe producir satisfacción cortar un trozo de madera del tamaño justo, acoplarlo a otro, dar forma al conjunto, lograr un juguete, una caja, una estantería o la maqueta de una embarcación como algunas que otros consiguen con franciscana paciencia y habilidad de orfebres. Recuerdo una vez que logré crear, involuntariamente, desde luego, una especie de laguna de estaño a mis pies, sin que los cables que tenía en la mano se unieran, y otra que entré por un tabique, detrás del martillazo destinado a hincarle un taco para tratar de colgar un gran espejo.

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