Habría que prohibir la propaganda editorial de los libros. No es justo que publicándose tantos, muchos de los cuales seguramente nos deleitaría leer, nos equivoquen, manipulen y desvíen la atención hacia algunos, de cuyo nombre tampoco voy a acordarme, que nos hacen malgastar un dinero preciso y precioso y el tiempo precioso y preciso para echarles una ojeada y desecharlos sin remedio.
Corre, en cambio, como fuego por un reguero de pólvora, la muchas veces infundada noticia de que se ha publicado un libro sobresaliente, compramos, lo intento, y, cuando más, lo que hallo es un excelente manejador de palabras, que también se ha creído que con eso le basta para escribir lo que después llama una novela, donde no faltan nada más, pero tampoco nada menos, que los personajes.
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