jueves, 3 de abril de 2008

La búsqueda de un papel se convierte en obsesión cuando el papel está oculto entre muchos de su misma clase, condición y apariencia, es como buscar, nunca mejor dicho, una aguja en un pajar, y en eso estoy, pero sería una mera anécdota si el empeño no me hubiese traído los papeles olvidados, que en su día carecieron de importancia, como una carta para dar noticias mínimas de lo cotidiano, o como una apresurada nota, tomada para recordar lo después inexorablemente olvidado, algún dibujo retenido de una reunión en que otro, con dotes para ello, dibujó al azar mientras hablaba o calló, el inicio de un poema inacabado o de un artículo fallido sobre la actualidad de hace muchos años, enhorabuenas y pésames entonces tan agradecidos, viejas fotografías. Es como si la vida, hecha jirones, apareciese lo mismo que un paisaje por entre hilachas de niebla. Al final, muy al final, encontré el papel, cuando ya había hecho sobre la mesa cuatro montoncitos de otros arrugados, amarillentos, que ahora convertiré en páginas de otra carpeta que pasado mañana se habrá estabilizado de nuevo, bajo la lluvia de polvo de cada día, un polvo casi impalpable, hecho en gran parte de residuos de residuos de nuestras células muertas, que en lugar de enterrar, vuelan y se divierten, reconvertidas en pequeñas estrellas o en mínimos planetas, que se bañan gozosas en cualquier rayo de sol ue las sorprende y abarca.

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