sábado, 5 de abril de 2008

Sobre la consola,
los dos quietos,
callados,
esperando con Dios sabe qué esperanza, están
el viejo reloj
y la caja de música. Alguna tarde,
llena de tristeza, desesperanzada incluso,
los pongo en marcha, escucho,
los pasos tenues de uno
y la habanera de Carmen, que retiñe la otra
y qué quieres que te diga, es
como llegar a través de la tristeza de una tarde de lluvia
a la plazuela donde está encendido en tiovivo,
escuchar,
la alegría de la música que se refleja, destellos,
en mil espejos,
la algarabía
del tropel de niños,
como contemplar la picardía de una mirada
en el escorzo de la joven que vigila
a su primer hijo o su último hermano
y no puede evitar esa hermosa sonrisa.

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