viernes, 25 de abril de 2008

De vez en cuando, se escribe un libro, se publica un artículo o se edita una colección de fotografias en que se habla de lugares misteriosos de la tierra, construcciones aparentemente imposibles o aparentemente inexplicables, que algunas luego se interpretan con extraordinaria sencillez. Nunca de manera definitiva ni excluyente del aliento, la posibilidad, la inequívoca e inquietante permanencia del mito. Algunas veces, bajo de los anaqueles uno de esos ejemplares –que puedo y suelo haber hallado cuando buscaba otra cosa- y repaso de modo muy somero sus descripciones, examino su aspecto fotográfico, examino, cuando la hay, la última explicación del caso y se me encienden esas lucecitas por las esquinas de la ciudad de fantasías que llevamos dentro, donde se guarda el libro de las leyendas conocidas, con capítulos en blanco, donde deberían figurar las que cada cual ignora. Cada leyenda es posible, en la doble medida de que haya sido hasta determinado punto cierta, y, de no haberlo sido, incluso si imposible, en la de la ingenuidad de aquel a quien se cuente con el lujo de detalles con que se suelen contar.

No hay comentarios: