lunes, 28 de abril de 2008

Me pregunto qué harán ahora los piratas, cuando han soltado ya, es probable que vendido a sus rehenes, con los bolsillos llenos, atracarán a puerto, se gastarán los cuartos … ¿y después? ¿Saldrán mañana, pasado, dentro de una semana, a la mar, en busca de otra presa, más dinero, el salario de lo que al parecer saben hacer tan bien: echar manos de otros semejantes inermes, llamar por teléfono, poner precio. ¿Son profesionales, estos piratas del siglo XXI? ¿Son ocasionales aficionados o gente que necesitó con urgencia dinero para alguna quisicosa brillante, o tal vez para comer o beber? Barrios enteros clausurados a ciertas horas del día o de la noche o siempre. Ciudades calificables de peligrosas. Países donde el guía te advierte que a poco que te descuides, alguien, uno de los que nunca duermen o lo hacen como las liebres, con un ojo abierto y avizor, te aliviará de tus bienes muebles y del metálico que te viene estorbando. Y ahora la mar, que, incauto de mí, imbécil, pensaba que era territorio abierto, lugar de soledades hondas, sin caminos, donde esparcir el espíritu en calma o faenar sin más miedo que el de las tormentas más o menos perfectas. Y resulta que como en los tiempos de la vela y de los galeones, de las islas del Caribe y los juncos de Sandokan y sus huestes, pululan por la mar, por los siete mares, hordas de piratas nuevos, armados hasta los dientes con las más modernas y sofisticadas armas blancas y de fuego, laser y puede que hasta bombillas atómicas de fabricación casera, lanchas rápidas y me figuro que en cuanto mejoren de fortuna y se hagan más ricos, portaviones que les servirán de base, según los mapas llenos de calaveras y tibias que prodigó la televisión mientras duró la incertidumbre del secuestro, felizmente incruento.

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