viernes, 11 de abril de 2008

¿Has estado en alguna ocasión en alguna parte donde deberías haber dicho, según tu criterio, algo que llegado el momento callaste?
En la soledad que sigue, solo contigo, ensimismado en el recuerdo de la ocasión perdida, podrías haber tenido esta sensación de haberte comido un repulsivo condumio, cocinado con palabras pasadas, o con palabras perdidas, en definitiva con palabras ya inútiles, abandonadas en el desierto de tantas otras de arena, dichas por ti mismo o por otros.

Palabras de arena son las palabras vacías, las que se dicen sin sentir, las que poco menos que se abandonan por cumplimiento –la tía abuela solía decir que cumplimiento viene de cumplo y miento- en los saludos distraídos a alguien que te presentan por compromiso.

Queda el evidente consuelo de saber que eres su dueño, ahora, de todo lo que callaste. Lo oportuno, a partir de este momento, es olvidar la ocasión. Pensar que como no estuviste allí o estabas distraído cuando podrías haber hablado, en realidad nunca tomaste la decisión de callar. Y como obligación de decir, lo rigurosamente cierto es que no la tenías, ni nadie más que tú supo nunca lo que pensabas respecto del asunto puesto en cuestión, la única trascendencia real es la sensación esa, de haberte tragado no sabes qué, de sabor amargo y desagradable textura.

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