martes, 8 de abril de 2008

De modo para mi inaudible y sólo imaginable, mientras escribo, colosales masas de energía y de materia se combinan a lo ancho del universo y se mueven, entrechocan, nacen y mueren, se aglutinan o desaparecen y no advierto nada especial. Me entero, si acaso, porque algún científico lo cuenta en una revista que cae por casualidad en mis manos. Puedo imaginarme contemplando la ingente masa de un planeta desconocido, que flota en el espacio con solemne majestuosidad aparentemente inútil. Ocurren multitud de cosas de que jamás tendremos noticia, como si fuese posible que algo de lo que pasa no tuviera que ver con el resto, todo combinado, incluso este movimiento que acabo de hacer para tratar de ahuyentar a una de las primeras moscas de esta primavera. Y al mismo tiempo, miríadas de corpúsculos microscópicos se mueven sin más ámbito que el de mi cuerpo, incluidos en el que con la misma solemnidad que el planeta de antes, asimismo viven y realizan su función peculiar, que no logro entender. Y todo esto compone la posibilidad de que en multitud de espacios se estén componiendo realidades de incalculable variedad, en que titilan, como estrellas en una noche despejada, desde lo más cruel hasta el prodigio de ternura, donde cabe entender, siendo inteligibles, donde no, ocurriendo para algo, por algo, como suena la música para componer la melodía.

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