Acabo de leer unos libros, empiezo otros, entro y salgo del entorno de decenas de vidas fingidas, como tal vez lo sea ésta mía, que si me remonto muy atrás en la memoria, no sé de cierto si habrá sido vivida o imaginada, porque no sé si existió en realidad el pasilargo espécimen que fingen las fotografías viejas que guardaba mi madre en una caja de hojalata oxidada, en el cajón de arriba o de debajo de la cómoda del pasillo que una mañana se inundó de agua de tuberías rotas y vino aquel operario asmático y las puso al revés y fue peor el remedio que la enfermedad, pero sirvió el incidente para que apareciese la caja y: ¡mira cómo eras de pequeño!, con tu traje de baño que te regaló aquella tía abuela que vivía en el París irrepetible de los años treinta y había aprendido a cocinar la sopa de cebolla y la lasaña de foie, para delicia generalizada de los festejos familiares.
Rizos ¡tenía rizos!, para vergüenza personal que tiene su origen en que las madres nos ven preciosos, de niños, con nuestros bucles de oro o de ébano, pero hay que ser niño y asistir a una clase de otros tropecientos niños con el pelo lacio que en seguida te tachan por ser distinto y ya no sabes qué hacer, ¿o tal vez lo imaginé y forma parte de la otra historia que mantenemos en la memoria, no en la exacta sino en la virtual, que podría haber sido, de las cosas? Que te pusieras lo que te pusieras, el pelo se arremolinaba de nuevo y ¡qué niño encantador!, para las visitas, pero miserable para convivir con su generación de pelolacios o pelhirsutos, normal, apacible, sin problemas.
Empiezo siempre por los menos tres libros y una biografía, cada vez, porque hay horas en que determinadas historias o algunas ficciones me resultan insoportables y me cargan las pilas de las pesadillas. Horas en que debo leer la memoria trucada de otro y recordarme parcialmente en aquella edad imposible, disuelta ya en el vertiginoso remolino del pasado, donde yace entre el polvo de las estrellas muertas que he leído en alguna parte que las seguimos viendo, a veces durante toda nuestra vida, cuando hace años que murieron, estallaron, se dispersaron por entre las demás estrellas, hasta que cualquier agujero negro las pasó al otro lado, al cielo de las estrellas tal vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario