No es aconsejable tratar de repetir lo que se recuerda con deleite: aquella lectura, una película, el paisaje que recorrí aquel día. Nada es como lo recordamos, adornado, rehecho, ajustado a las mentiras que contaron en aquella ocasión los sentidos a nuestras neuronas, enardecidas es posible que por el amor, por el vino, por el sol, por la intensidad de cualquiera de los sentidos hipertrofiado por alguna palabra o, más sencillamente, por un escorzo de cualquier serranilla que conociste y como al Marqués de Santillana, “te fizo gana la fructa temprana”.
Da pena reponer una película, ahora que están al alcance de la mano, en los anaqueles, reducidas a mínimos discos o a cintas imantadas, o bajar el libro polvoriento que atesoraba en los plúteos de arriba, del desván, de la biblioteca, como guarda el boticario en su “ojo” los más activos venenos o los más caros extractos de la alquimia semiolvidada de las fórmulas magistrales. Por lo general se descubre que aquello tan maravilloso se ha desgastado como la cumbre roma de algunas montañas que fueron riscos.
¿O será que a mí, como a don Alonso Quijano, el bueno, a ratos don Quijote, loco soñador, haya venido a secárseme la vega del cerebro en que los cinco sentidos cultivaban el azafrán de la sensibilidad?
Con esto del cambio climático, que deja caer granizo del tamaño de bolas de billar, en mayo, sobre la meseta de Castilla, donde no se recordaba cosa igual, nunca se sabe. -
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