Hicimos un castillo
de arena
en una playa del mundo
de los recuerdos,
donde nadie
puede volver
si no es con el pensamiento.
Ahora, cuando vuelvo, cada tarde,
siempre a la misma hora de aquel día,
tú nunca estás, y me consuelo
pensando
que es que vienes a otras.
Porque me niego a creer
aún, después de tantos años,
que sea cierto que te fuiste,
sin mirar atrás,
para no volver nunca y me dejaste
con esta soledad implacable,
del sonido,
contracanto de tristeza,
de la respiración
de la mar,
que nos arropaba
con tanta
ternura.
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