Por fin, ya, de vuelta a casa, el amoroso reencuentro con cada sillón preferido, que tengo que confesar que por lo menos son tres y estoy extendiendo mis preferencias a un cuarto, de madera, con balancín, para determinados momentos, que permite aliviar la tensión de la lectura con un leve vaivén. En unas nueve horas podías, ayer, de sur a norte de España, subir o bajar de temperatura entre los 17 grados del norte y los treinta y cuatro del sur, con más de 30 en el centro. Curiosas y cojitrancas artimañas del mes de mayo, cuyo por otra parte mayor problema es que este año se han echado a la calle los propagandistas de todos los partidos y los de todas las formaciones políticas, porque hay elecciones municipales el último domingo de este mes de mayo, que debe caer sobre el 27. Dan pena algunas de las murgas que se inventaron para mandarnos a través de cacofónicos altavoces provectos y a punto de desguace que vienen amarrados a las bacas de cada turismo que acompaña a cada candidato, cada cual con la sonrisa helada en cada cartel, que unos van pegando y otros arrancando y algunos adrnando con disfraces casi siempre de pelo donde no hay, bigotes de diversas texturas y formas y barbas o perillas inesperadas.
Los sillones preferidos, los libros interrumpidos, unos discos y hasta alguna película nueva con que sustituir esas tremendas desnudeces espirituales que últimamente nos sirven en algunos programas de la pantalla pequeña. Si hay cuerpos que ya no aconsejan el desnudo de sus titulares, qué decir de algún alma de cántaro que otra, estrecha, deforme, nimia, sin textura, brillo ni color, que su propietario exhibe sin darse cuenta de su miserable estado ni de su triste condición. Algunas de esas almas, que dan tanta pena, ganas de llorar, cuanto mejor estarían escondidas, por su bien y por el nuestro. Hay que ver las cosas que se echan en cara, las que las entristecen o las alegran, lo que consideran triunfo, fracaso o motivo de hacer o dejar hacer los más diversos tipos de ridículo personal.
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