martes, 29 de mayo de 2007

Escribo para un periódico local una colaboración que forma parte de una serie de lo que llamo “añoranzas” y podrían ser como la piel de unas memorias. Para ser memorias les falta lo de dentro. Se quedan en una especie de piel de las cosas ocurridas. Más que memorias son fotografías de escenarios en que pasaron cosas. Escribo también un comentario en que desahogo parte de mi afición política, afortunadamente dejada en el rincón de las aficiones perdidas, pero ese me lo guardo porque ¿para qué? No es más que un comentario para mí, que me sugieren las dos sonrisas de los representantes más caracterizados de los dos partidos más votados en estas elecciones, ambos los cuales se manifiestan satisfechos de lo ocurrido el pasado domingo. Si bien se fija uno, son dos sonrisas, pero en una de ellas se advierten síntomas de que más que sonrisa es un rictus. En mi opinión, la gente, que se ha abstenido en cuantía suficiente para haber proporcionado mayoría a cualquiera de los contendientes, ha enviado, entre eso y lo que votó, un mensaje que me da la impresión de que no ha llegado a destino. Pero insisto en que seguiré sin decir lo que pienso. A lo mejor, también puedo estar radicalmente equivocado. Lo que pasa es que mi equivocación no tiene la menor trascendencia y la de los políticos en activo sí que podría tenerla, si se empeñan en desoír una especie de clamor, cada vez más generalizado, que llama a pensar en lo que desde hace tanto se viene en llamar la “nueva sociedad humana” de los siglos que inexorablemente vienen con sus exigencias, derivadas de la progresiva adquisición de conocimientos sobre las dimensiones y posibles facetas de los seres humanos, de su progresiva aproximación y de la velocidad adquirida por cuanto ocurre en el mismo tiempo y espacio en que antes todo se movía con mucha mayor pausa.

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