En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
domingo, 20 de mayo de 2007
Sirimiri, orvallo, calabobos. 48 horas llevamos de aguacero mínimo, aire convertido en gotas insignificantes de agua mansa, que se cuela por el cogote, entra en las orejas, te empapa sin que, bobo, te des cuenta de que te está calando y por eso le llaman calabobos, como tú y como yo, que salimos con el perro y apenas la protección de un chubasquero, cuando esta llovizna se nos cuela hasta por los ojales. La gozan caracoles y salamandras, que hay que subir las escaleras del patio haciendo equilibrios para no pisarlos y cuando estás, estoy, en ello, vas y te metes en un charco y hala en busca de algún bastón con que apartar las hojas de los arces que habían tapado las rendijas del imbornal. Y ya que estamos en ello, pondremos alpiste en los comederos de los pájaros, a la puerta del nido de madera que no sé quién ha colgado de una rama del limonero y desprecian olímpicamente. Domingo, lluvia, la novela apacible, pero cuando te vas a dar cuenta no tuviste, no tuve tiempo ni de abrirla, entre que voy y vengo, me dan los periódicos, persigue el perro a una paloma que se arrastra sin poder volar, en el parque, y me ofrecen en el quiosco toda esa serie de películas, tazas, vasos y demás extravagantes objetos que ahora venden con los periódicos, aprovechando el tirón de las noticias o de la curiosidad o de las elecciones del domingo que viene para encajarte un DVD que llegas a casa y ¿para qué he comprado yo esto? ¿qué más da que sea tan barato si no me sirve ni me gusta? Venía con el periódico, junto con las escalofriantes noticias de que sigue habiendo quien secuestra, mata, hace guerras, tira bombas, mata, desgarra, lacera, como si no fuese mucho mejor para todos convivir en paz y dejarse vivir unos a otros, y relacionarnos, enriquecernos con las palabras que otros van diciendo, enamorarnos, admirar la oquedad sublime del tiempo y el espacio en que flotamos con tanta otra gente igual que nosotros, con la que podríamos confrontar tanta sed de felicidad y de sabiduría y compartir tantos sueños.
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