Busco y rebusco por los entresijos de las cosas como un vagabundo que vi un día en la calle de la gran ciudad, desde la ventana del hotel, que iba de cubo en cubo de basura, hurgando en todos sin saber, seguramente, qué buscaba, pero dispuesto, supongo, a aprovechar cualquier cosa. Solo que yo suelo buscar entre las páginas de los libros, donde hay maravillas, pero cabe la posibilidad de que detengamos la lectura justo en la página anterior a donde está lo que podría haberme maravillado. Considerarlo me obliga y acucia a seguir leyendo y de pronto llega la palabra fin y no estaba allí ese día lo que podría haberme servido para disipar alguna duda, que no sé si habréis observado, supongo que sí, que cualquier duda que se nos aclara suscita unas cuantas más, erizadas algunas de mayores dificultades.
Por eso es tan difícil mandar, o decidir, o asegurar algo, que luego, en cuanto lo haces, ya está tu amor propio, con su estupidez habitual, aconsejándote que por probable que sea que te hayas equivocado, sobre todo en vista de lo que te sugiere alguno de tus colegas, de tus contertulios o incluso de tus subordinados te sugiere con tanto sentido común que por lo menos a mí me da vergüenza que no se me hubiese ocurrido, pero justo para eso está quien trabaja en equipo contigo, para indicar la posibilidad de considerar el asunto desde otro punto de vista diferente, no rectifiques.
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