domingo, 6 de mayo de 2007

La política, cuando todavía están dudando sus profesionales de España si ponerse las suyas a remojar, es como una sobrecarga de electricidad estática cuando hoy, domingo, los franceses eligen modelo para pasar su página generacional. Las encuestas más o menos prudentes, dan ganadores y perdedores probables, cosa que hace morderse las uñas, siquiera sea virtualmente, a los homólogos de unos y otros de este país, tan cercano y tan diferente de aquél. Pienso que Francia es un lugar mental más sosegado, más estable. Tenemos, los diferentes europeos, convicciones culturales todavía tan diferenciadas que aún costará a los esforzados alquimistas paneuropeos lograr la sin duda prodigiosa Europa Unida que tantos soñamos con esperanzada ilusión de que resulte en definitiva posible a pesar de todas las innumerables, gigantescas dificultades. Me deslumbra imaginar una Europa inglesa, francesa, alemana, española, italiana, etcétera, y sin embargo Europa, a pesar de todo. De momento, aquí, la característica que personalmente detecto como una de las más notables es que los elegibles hablan de una cosa –dicho sea en términos generales, hasta donde generalizar sea posible- y los electores votan por motivos que nada tienen que ver con aquellas razones o sinrazones. Así se explican muchas de las cosas que luego pasan y para el sentido común serían, si no, incomprensibles. Todavía hay amplios sectores de la población que consideran que la libertad consiste en hacer cada cual lo que le de la gana, y otros, no menores, que piensan que hay políticos capaces de proporcionarles abundancia de bienes materiales y culturales sin el menor esfuerzo por su parte, asaltando la gloria, el poder e incluso la felicidad como por arte de magia o por medio de atajos secretos.

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