sábado, 12 de mayo de 2007

Tengo que andar hoy por el mundo de los cuadros, que me fascina por esa imposibilidad de seguir a los autores para entablar lo que algún autor llamaba el “diálogo visual”, que se inicia, según él, cuando un cuadro, según pasas o paseas por la exposición, por el museo, por la sala de casa de tus amigos en una pared de la cual se halla y atrapa desde allí la atención. En seguida, el primer movimiento, lo hago en busca de lo que el cuadro ha querido representar, si es o no identificable, y cuando no, la segunda, más detenida, o mas profunda, no sé, la mirada siguiente ya busca el juego del color y la forma, en cuanto el cuadro, que en algún caso se ha despojado, o lo ha despojado su autor del marco habitual, como si lo hubiera pervertido hasta desvestirlo y dejarlo en cierto modo indefenso para la crítica que he de hacerle para quedarme tranquilo, y ahí es donde empieza justo el famoso “diálogo visual”, que se entabla sin palabras entre el contenido del ámbito del cuadro y primero mis sentidos, después mis neuronas, sobresaltadas, o maravilladas, o indignadas. Lo malo sería si me preguntasen lo que opino. No cabe opinar para otro o por él. Mi relación con el cuadro es personal, íntima, si el cuadro llega hasta el extremo infrecuente de rozar mi yo íntimo, como me ocurre con fra Angélico, o con el Bosco, el Greco, o Modigliani, algunas pinturas de Goya, el profundo dolor, la tristeza, de Van Gogh o esa crueldad con que Zabaleta se deleita pintando esmerados animales, que contrastan con la descomposición, el deterioro, la fatiga o el escéptico cansancio de las figuras humanas de muchos de sus cuadros.

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