viernes, 4 de mayo de 2007

La ciudad se ha transformado, estos últimos años. Está profusamente iluminada de noche, plagada de diferentes clases de flores, durante el día. Surcada de calles peatonales en que, todo hay que decirlo, a veces se desliza un avispado conductor que disfruta de los diversos privilegios que autorizan, a pesar de todo, para que el omnipresente automóvil persiga al caminante y lo acose. Aquí y allá, para contraste, un grupito de astrosos músicos atacan con varia fortuna, algunos con singular destreza, piezas barrocas del acervo clásico. Hay individuos empolvados, tiesos, inmóviles, que, si echas una moneda en la bandeja que tienen para ello en el suelo a sus pies, desarrollan una serie de movimientos de muñequería de caja de música. Por las aceras, extendidas sobre mantas, copias de discos y películas que venden unos negros negrísimos, que hablan entre sí en sus idiomas, para mí desconocidos. Otro vende bolsos aparentemente de marcas afamadas. Cada tres pasos, se acerca alguien que pide algo. Una ayuda –suelen decir-, y algunos, si te niegas o te haces el desentendido, te siguen profiriendo amenazas, denuestos y otras lindezas. A una viejecita que me precede, apenas la dejan avanzar, pasito a paso, se advierte que asustada. Se cruza con gente, pero no es asunto nuestro y policía no hay, ni municipal ni de la otra. ¿Para qué? Esta es una ciudad pacífica, pequeña, provinciana. Más músicos, más negros. Acaba por hurgar en su bolso y pagar el rescate que le vienen exigiendo. Aparentemente abandonados, hay en el suelo una manta sucia, sobre ella la funda de un violín, con unas monedas y un perro dentro. Nos cruzamos con más viejecitos, hombres y mujeres, pero la mayoría van cogidos del brazo de otra persona más joven con rasgos que inequívocamente les identifican como inmigrantes sudamericanos. La calle peatonal de la pequeña ciudad provinciana se convierte de pronto en un muestrario de muchas de las diferentes razas de aquella América del Sur a donde fueron un día los españoles sin destino en busca de gloria y de fortuna. Ahora sus nietos criollos, vuelven y nos devuelven el río de sangre y de sudor que un día se fue. Hasta un idioma renovado, nos traen, una literatura, otra cultura multiplicada por sus diversos orígenes mezclados con el afán de aquellos nuestros que se fueron hace tantos años, que al volver parecen otros.

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