Atardeciendo, sobrecoge de pronto
esa concentración de nubes de cobre y miedo sin alivios.
Desde lejos,
contemplo los latigazos de fuego
con que desconocidos gigantescos se pelean
de nube cárdena a otra hecha con sombras amasadas
con pesadilla y levadura de espantos macerados.
Podría ser,
según su aspecto que ha derogado el sol
incluso el fin del mundo, y la carretera
inexorable, va derecha al ombligo
de este misterio atroz, que de pronto
estalla en truenos, granizo, un festival
de rayos y centellas
y acaba en una niebla
como una leyenda acabada en puntos suspensivos,
como un collar de perlas de esperanza
a pesar de todo.
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