A formar –dice una voz, cada mañana-
y las truchas, con sus uniformes
verdes –espuma- y plata,
salen a esperar el río,
marcan
los caminos para el agua.
Alguna, a veces,
salta en busca de una mosca
despistada
que volaba a ras del agua
distrayendo, sombra mínima, el murmullo
de las piedras con el agua.
Todas están atentas,
Sólo,
como monjas de clausura,
esconden
el tipo,
cuando pasa el pescador de la ciudad,
disfrazado
de pescador de veras,
chapoteando en el agua.
Las truchas,
sabias,
se enamoran del furtivo,
por él se dejan raptar
y por él mueren de amor,
desarropadas del agua.
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