lunes, 7 de mayo de 2007

Francia echó mano de la derecha moderada, incipiente socialdemocracia taraceada de democracia cristiana para tratar de regenerar la grandeur del viejo General de Colombey, pero en esta ocasión, con la punta de la espada clavada en un corcho para que no haga daño ni al enemigo. Francia sabe. Casi nunca inventa, pero imagina, sintetiza, traduce y transmite. Ahora me imagino que se propone crear riqueza, prestigio y tranquilidad. Corren malos tiempos para la tranquilidad europea. Hasta que no inventemos el sosiego de L’Europe Unie no habrá sosiego, sino terrorismo en ciernes, desasosiegos de fin de semana juvenil y estremecimientos, escalofríos, crujidos de un anticuado organigrama social que se desbarata, bichado, a punto de venirse abajo para que los esforzados artesanos del siglo XXI se pongan a trabajar en los planos primero, después las estructuras de lo que haya de sustituir a los monumentos que ahora mismo visitan boquiabiertos los turistas.

Cada vez es más frecuente que tras de un proceso electoral, el candidato vencido, con la mueca aún helada de lo que fue su sonrisa mejor, prometa seguir en sus trece. Con lo constructivo que parece imaginarlo diciendo en su primer comparecencia que en vista de que la gente prefiere las alternativas de su adversario, se compromete a colaborar con él, aportando las correcciones de las suyas a los desvíos del otro mediante una oposición a la vez constructiva, eficaz y colaboradora para el bien común.

Arrinconemos, sin embargo, la política. Tal vez no tenga por ahora remedio, arrastrada como va por esta crisis generalizada de cambio de siglo, de milenio, de generación y de esquema social. Hoy, esta mañana de primavera, dejémosla ahí, en ese tronco vacío que hay a la entrada del bosque. El bosque no pasa de bosquecillo, de soto, de alameda. Me gusta salir al campo con una guía de árboles e irlos identificando por sus características. Llega un momento en que por su figura, sin acercarse, ya se puede adivinar, la mayor parte de las veces, de qué árbol se trata. Parecen iguales, pero cada uno tiene el perfil de su copa, en verano, con todas sus hojas, y en invierno también, cuando podría dar la impresión de que los árboles se parecen más, sin hojas, y sin embargo conservan esa forma especial de cada especie, alguna de las cuales se pierde después en una verdadera multitud de variedades que es muchísimo más difícil identificar para un profano, además aficionado tardío a esta búsqueda.

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