miércoles, 31 de octubre de 2007

Al llegar a fin de octubre se entra en lo más profundo del bosque del otoño. Aquí, de ser éste el cuento de Caperucita Roja, la niña encontraría por primera vez al lobo. Un lobo taimado que le preguntaría por su destino del otro lado del bosque.

Me pregunto si este bosque que se cita en tantas narraciones de unos y otros autores de los más variados países será siempre el mismo o si en cada país habrá un bosque parecido, donde ocurran estas cosas extraordinarias en que casi siempre está involucrada la magia y donde habitan prodigiosas criaturas, buenas y malas, dotadas de poderes insólitos.

El del otoño es el mismo bosque. La humanidad, esa larga sucesión de gentes en su mayoría desconcertadas, lo ha de atravesar cada año para irse aclimatando la invierno que vendrá con la Navidad entre un as manos gigantescas, como las que gustaba pintar cierto amigo mío albergando el portal de Belén tradicional. Dos manos gordezuelas, llenas de ternura, se adivinaba, semiabiertas como una ostra enorme. Mi amigo se llamaba Luis y hace muchísimos años, en nuestra primera juventud, competíamos escribiendo y leyendo versos de media tarde y puesta de sol, que unos salen tiernos y otros nostálgicos,

Cuando el sol se pone cada día, o cuando juega a modificar su trayectoria y se abaja hacia el horizonte porque es otoño, cada hombre y la humanidad es de algún nodo más débil, o se siente más débil. Todo cuanto es posible imaginar es diferente según se imagine con el alba o en pleno ocaso del sol, en verano, con el sol alto, arriba, mirándonos fijamente o en otoño.

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