En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
sábado, 13 de octubre de 2007
El Puente del Pilar, le llaman. Ni el Mantible ni el Golden Gate ni el de la Torre de Londres, ni cualquiera de los más barrocos de París ni el de los Suspiros porque este no es para salvar un río ni para saltar sobre un valle, sino para echarse al coche y rum, de un velocísimo salto, con pisotón al pedal del freno cuando atisbas un control y al final te atrapan y son tantos euros, tantos puntos y lo demás que caiga, según el tamaño de la barbaridad que hayas cometido, de norte a sur o viceversa, insistiendo, si el viaje es colectivo, en lo de que sigue sin haber quien pueda con la gente marinera y lo de que los borrachos, en el cementerio, insisten en seguir jugando al mus. ¿Usted no juega al mus todavía? Aprenda. Merece la pena jugarse al mus dos décimos de lotería, dos bocadillos, ahora bocatas, de anchoas con media de cerveza o un simple par de cortados, a la hora de la siesta a que invitan los somníferos que brinda la televisión de nuestros alcances. Tiene que embrutecer, a la larga, este tedioso insistir en los programas del corazón, los anuncios, las inicuas teleseries, el cotilleo, la terca insistencia en lo vanilocuo y lo banal. Mentira parece que se pueda ser tan mal actor y tan malos guionistas como los que concurren en algunas de las series que se nos brindan rodeadas de insensatos elogios, pienso que algunas incluso con subvenciones para el rodaje de tamaño dislate sin pies ni cabeza. Y pensar que por esto dejamos el mus, el dominó, la partida de parchís o la de ajedrez o la tertulia de la sobremesa de cuando los reunidos se llamaban contertulios y no eran como esos tertulianos de a pie y manta zamorana que hacen lo que pueden por arrimar el ascua a cada sardina cada vez más raspa que sardina del panorama cívico, que menos mal que por ahora nos permite estarnos en la soleada soledad del paseo de la atardecida, que, mientras no llega otro puente y en cuanto acabe éste se llevará a los puñeteros coches con la música a otra parte y se acabará eso de que “por favor, no proteste, que sólo lo dejo ahí –ahí es interrumpiendo el paso, fastidiando al prójimo, dificultando la convivencia pacífica de los peatones- lo que es un momento” ¿Se habrá dado cuenta de que un momento multiplicado por los millones de coches que circulan interrumpiría el tránsito durante más de un año?
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