miércoles, 10 de octubre de 2007

El vestíbulo de un hotel es un curioso lugar de paso, entrevista, cita, reposo, espera. Nos mezcla una sensación pienso que compartida de que el tiempo se ha detenido a respirar, tomar impulso, permitirnos que nos miremos asombrados. Recuperamos los humanos en espacios como éste la conciencia de que son otros muchos los humanos que vienen con nosotros en la caravana del espacio de camino que tenemos para atisbar la esquina de creación en que, que se sepa, hay gente pensante. Podría haber más, Alienígenas. Aquí, en la butaca del vestíbulo del hotel, somnoliento, Imagino qué pensaría un alienígena, ni bondadoso ni maligno, recién bajado de su ovni, ufo o como quiera que lo prefieran llamar los cultivadores modernos, ahora tan sofisticados, de la ciencia ficción. Y en seguida llega una aluvión de personas evidentemente asiáticas, tal vez chinos, japoneses y lo invaden todo, lo retratan todo, lo invaden con la alegría de ese tono cantarín de sus modos de hablar. Con lo que por añadidura descubres que hay otra gente, más allá del horizonte, curiosa, alegre, viajera. Es probable que en ratos perdidos, como éste, aprovechen para asomarse a la hondura del pensar, a las preguntas que laten bajo el cerebro de cada humano, que revolotean a su alrededor, que sólo se disuelven en la prisa, que es como el viento cuando se lleva la niebla y la dispersa. Día de trabajo. Regreso hacia el norte. Ir hacia el norte permite disfrutar del atardecer de Castilla, que es como la muerte de un cansado hidalgo, entre oroviejos, reposteros y latines ininteligibles.

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