miércoles, 24 de octubre de 2007

Llueve con la terca mansedumbre de la insistencia. Y cuando acabe el día, todo rezumará humedad, empapado, porque a una u otra hora tendrás que asomarte a la calle, que baja como un río pequeño, y meterte en el agua. El agua flota a ratos, humo de agua apenas, y otras se arrastra, pesada, raspando deleitosamente su piel serpentina y transparente contra la rusidad del suelo ávido, que aprovecha para lamerle ese vientre resbaladizo. El agua hace entonces ondas de complacencia y gime a su modo, con un rumor de agua inquieta, hacendosa, imparcial e indiferente ante los destrozos que va ocasionando despreciativa. Acaba por entristecer a la humanidad, con el cielo algodón sucio de la tripa de las nubes que siguen derramándose ahora que, despierta ya la ventolera, incluso asoma un atisbo de azul por dinde cuela el sol apenas un dedo de luz indecisa.

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