domingo, 14 de octubre de 2007

Domingo, sin más, la gente ahora no usa traje especial, de domingo, como cuando éramos niños y para el domingo se reservaba y el domingo se ponía el traje de los domingos, que solía ser el más nuevo que se tenía. Ahora te vistes lo que antes se decía de diario y miras pasar el domingo, porque ni las familias salen tampoco juntas a dar el paseo de los domingos por la tarde, a veces sólo a mirar escaparates, otras por la carretera y el padre sabía los nombres de los caseríos, el de cada árbol y el de cada especie de pájaros que cantaban en cada estación, que ahora en otoño se quedaban sobre todo gorriones y lavanderas, pero ahora no veo apenas gorriones. ¿A dónde habrán ido los gorriones? Eran los vagabundos del paisaje urbano, en pequeñas cuadrillas que limpiaban la calle de cualquier migaja de comida. También puede ser cosa de que el emperador automóvil que ha dispuesto la tala de los árboles de bordes de calle y bulevares para ensanchar el cauce de su capricho circulatorio, de rebote, haya derribado los nidos de los gorriones, en cierto modo, destruido su ciudad, que descubren que nos negamos a compartir con ellos, mucho menos astutos que las palomas y las ratas, que, ambas especies, han dado en meterse por los entresijos del subsuelo, unas, que desembocan en las orillas del río, y las otras por los vanos de los tejados, en los mechinales y en cualquier resalte de las fachadas de las casas más viejas, que son las que tienen más adornos y más agujeros por donde entrar a los espacios bajo las cubiertas, donde sin cesar zurean. Para todos, pájaros, árboles, ratas, sol y gente ataviada, ya digo, de diario, es domingo del siglo XXI, muy diferentes de los domingos de la primera mitad del XX, de antes de importar la semana inglesa, que como ahora empieza al mediodía del viernes ha obligado a construir centenares de campos de golf, que deberían vender entradas para que más gente pudiera disfrutar de algún que otro divertido aprendizaje de estos deportistas modernos, que, a mí, lo que más me llama la atención es que se echan al campo como los nuevos pescadores fluviales, de punta en blanco según el figurín del correspondiente departamento del gran almacén, con bastones y cañas de primerísimo calidad, según el encargado del departamento, los que usan los campeones profesionales del ramo. Sigue siendo domingo, y, lo más descansado, dormirse a la hora de uno de esos partidos de fútbol que juegan dos equipos a la defensiva, sin goles, a que no falta más que poner espolones artificiales amarrados a los tobillos de unos enormes, corpulentos, sólidos defensas, que, cuando no alcanzan al ágil delantero adverso, se le arrojan y lo trincan por la cintura, como si fueran a alzarlo para bailar el Lago de los Cisnes.

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