Pasa como con los ríos,
que confluyen
y sólo uno es más allá, el mismo río.
Por eso,
cada vez que se acaba un amor,
siempre queda un muerto,
probablemente el héroe, el que más dio, el que más amaba
y otro que se va
lleno de luz aún, deslumbrando de tal modo que mañana
tendrá otro amor,
otro afluente,
que lo irá haciendo más importante, más río,
cada vez,
y más estéril, a medida
que se acerca a la mar donde al final se aquieta el agua
para concebirse de nuevo.
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