viernes, 26 de octubre de 2007

Si no fuera por el peligro que representan, habría que dejar a los políticos solos con sus cosas y sus conceptos, tal alejados a veces de la realidad y que afanarse todo el mundo en reconstruir una sociedad paralela, sin enfrentamientos ni rencor. Pero no les basta. Necesitan esos baños de multitudes enfervorizadas, agitando banderitas y repitiendo consignas para algunos hasta incomprensibles y casi siempre demagógicas, utópicas y en su mayoría imposibles de llevar a la práctica y generalizar para que alcancen y arropen siquiera a una parte de la masa que las vocifera con entusiasmo, Les encanta enzarzarse y provocar entusiasmos, y habría que dejarlos que los dirimiesen preferentemente de modo incruento y personalizado, pero entre ellos, sin convocar, como suelen, a sus amigos, compañeros y correligionarios para que se indignen colectivamente y descalifiquen de modo torrencial a su adversario. Como si en el fondo no les disgustara una buena pelea de saloon de película americana de vaqueros, sin darse cuenta de que allí son especialistas los que fingen los sopapos y rompen los barandales de los altillos para caer en la pista de más abajo, donde sigue el alegre festejo de todos contra todos, al final, para divertimiento de un público que en la realidad ni existe ni suele salvarse de las consecuencias de la refriega.

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