domingo, 21 de octubre de 2007

Cuando yo era niño, hace muchos, muchos años, los domingos se iba a misa mayor, de las diez de la mañana, que era solemne, concelebrada, con coro e incienso, o a misa de doce, en que recuerdo a la gente apretujada, sin sitio apenas para ponerse de rodilla o en pie, según cada momento. Hoy cabe ir a misa del sábado por la tarde, salvo en verano, en el pueblo, la gente, que es poca, va poco a misa, ni siquiera los domingos. El fenómeno no es sin embargo significativo, creo, de una religiosidad mayor o menor. La gente tampoco va al cine, cuyos locales de exhibición han cerrado en su mayoría o se han fragmentado en varios más pequeños, que, poco a poco, asimismo desaparecen, y sin embargo, seguimos aficionados al cine a través ahora de la pequeña pantalla de la televisión. Y antes se reunían varias personas habitualmente a conversar y ahora desaparecieron en su casi totalidad las verdaderas tertulias y llaman así a lo que suele ser extravagante yuxtaposición de personas que fingen charlas de besugos en radio y televisión. La gente se ha retirado a su casa, que es su castillo, desde allí corre a su trabajo, tampoco se comunica con lo que queda de su familia, aún reducida a una mínima expresión de unos pocos desconocidos e incomunicados que suelen cohabitar en el mismo reducto. Nos vamos quedando cada día más solos. Incluso para bailar, ahora nos alejamos braceando, en trance, lejos hasta de la música. Y me han dicho que hasta el coito se hace ahora más buscando la muerte que la vida.

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