miércoles, 10 de octubre de 2007

A la vuelta de un viaje están apilados, a la espera, los papeles, los recados, palabras –dirá Hamlet de nuevo-, palabras, palabras. Y hay que recomponer los desórdenes del cansancio, volver a la página donde dejamos la lectura, pararnos, recordar que dijimos lo que debíamos o que no, en la reunión a que fuimos. Sabemos tanto ahora todos de lo que está pasando en cada momento, hay tanta gente al acecho de informarnos de cada movimiento de los otros, de lo que dicen queriendo, lo que se les escapa, lo que improvisan, aquello en que evidentemente yerran, que constantemente hemos de estar recomponiendo criterios, recuperando sensateces, calmas o esa rabia con que te enteras de que algo se desarregla por falta de voluntad de poner un mínimo de orden en esta sociedad nuestra, tan disparatada. A la vuelta de un viaje, cabe refugiarse en la esquina habitual, la butaca de quedarse dormido bajo la lluvia de anuncios de la televisión, cabe estarse un momento, dedicar un momento a pasar revista a casos y cosas que ocurrieron a nuestro alrededor en la ciudad y sopesarlos. Mi resultado de hoy es que llamando cultura al modo de comportarse de la mayor parte de los miembros de un grupo social, vivimos un curioso, pintoresco, atroz momento cultural en que lo que se cotiza carece de valor y se paga con moneda falsa. Supongo que donde no se ve, hay gente enfrascada en la búsqueda de las respuestas. Lo que ocurre es que se va especializando cada cual en averiguar el sentido y significado cada vez de cosas y conceptos más diversificados y es como si estuviéramos perdiendo la conciencia colectiva de cómo todo se relaciona y crepita en una sola hoguera común.

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