Rebusco en el desván, entre las viejas fotografías y me descubro ya una pequeña historia, desde mi Brownie Baby de baquelita, que me reglaron el día que cumplí cinco años y con la que lo primero que hice fue una fotografía, que asimismo conservo, de mi madre sentada en un banco de la playa, hasta las modernas cámaras compactas, digitales, que mientras aquélla va para durar más de tres cuartos de siglo, éstas se hacen viejas cada año, cuando inventan otra con más píxeles o zoom más potente o la posibilidad de que sea a la vez cámara fotográfica, agenda, consola de juegos, discoteca, álbum de fotografías y cada vez más cosas en menos espacio.
Supongo que ya no harán carretes de fotografía de cuatro por seis y medio, que eran los que se usaban, en blanco y negro, con esta cámara que si entonces me ilusionó que me regalara el abuelo Emilio, me ilusionó también hoy, al encontrarla en su vieja funda de cuero de antes de las guerras.
Toda una, iba a decir pequeña historia, pero no llega. Es nada más una vida, que ahora me doy cuenta de que vivimos a trancas y barrancas, sorteando los obstáculos, jugando una especie de escondite con la muerte, que una y otra vez asoma y se va por entre la arboleda que atravesamos, supongo que disfrutando con nuestros miedos.
Vamos de un miedo a otro, y, cuanto más logramos, con mayor miedo y más variado, cuanto más amamos, más y más dispersos miedos.
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