miércoles, 3 de octubre de 2007

Sería útil que creciesen de nuevo los dientes deteriorados, como el pelo o las uñas, que parece tan inútil que crezcan de modo tan desmesurado, sobre todo cuando se trata de las uñas de los dedos de los pies, a que se alcanza cada año que pasa con menor destreza. Pero los dientes no. Se averían, rompen o deterioran de mil y un maneras, pero no se recobran más a base de prótesis, tornillos y más o menos sutiles artefactos de titanio y resina. He oído decir que, demasiado tarde para nuestra generación, se ha descubierto la posibilidad de utilizar algo que llaman células madre para recomponer los destrozos que al parecer mil y un enemigos nos han hecho con el tiempo y los excesos en el comer o el beber, partir avellanas torradas, intentar incluso abrir nueces o arrancar bocados de manzanas escalofriantemente verdes. No se aprende a cuidar los dientes hasta que están maltrechos por el descuido. Ahora creo que es distinto. Conozco niños que, en el otro extremo de vaivén de conducta, salen cada día de clase horrorizados y poco menos que convencidos de que unos minúsculos extraterrestres han hecho campamento por los entresijos de su boca y en los ratos libres horadan pequeñas cavernas en los dientes, en las que se sospecha que hasta dibujan pinturas rupestres. Una pena que se te acerquen los niños de casa y rechacen el caramelo o la chocolatina, con pánico reflejado en los ojos: ¿es que no te das cuenta de que producen caries? El asunto es si vale la pena comerse los chuches a pesar de todo y en su día ya veremos. Además está ahí, a la vuelta de la esquina, eso de las células madres.

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